José Enrique García: su poesía va más allá de los estereotipos convencionales de la modernidad

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Detrás de Fernando Pessoa y los personajes heterónimos que en él habitan, derivados de su mutable temperamento portugués, con el que carga la cruz constante del desasosiego, la inmediatez absurda y, a veces, trágica del existir, que se adhiere con el vivir mismo, tornándose virulento, hay una secuencia de espasmos.

Estos espasmos literarios en Pessoa,  laten a la par con sus correrías por su mundo,  a la par con el run, run de las máquinas de alfarería, de la tierra húmeda donde creció el Fado, el olor a tabaco, y de las pisadas de la gente, de su gente, de las mujeres callejeras que poseía con olor a hierba buena, de perros realengos que ladran sin saber por qué en medio de una calle empedrada, de sudor, de aves carroñeras, de hambre y de mucha sed, de creencias religiosas que aceptan, a la manera de usanza, la precaria presencia de un Dios salvador, se esconde allí, en el mismo fango visceral de sus espasmos, un tipo de poesía imperfecta y benévola, reaccionaria a la piel, al gusto y al olfato.

Fernando Pessoa.

Y es de una intensidad emocional tan fluida, elocuente, que pareciera en Pessoa querer beber la existencia de sus disimiles personalidades somnolientas, de un sorbo. Detrás del poema de Lidia, por ejemplo, que aún no se sienta a la orilla del río, tras la invitación del otro, su pareja sentimental, que repasa, en tiempo presente lo que significa el fluir del agua en aquella orilla, en comparación con el vivir mismo visto y vaticinado desde el futuro, donde, la muerte es el enigma. Y se desvanece, de forma magistral, la clasificación de género, hombre-mujer, para darnos una idea de que ambos, por ley natural, se evaporaran, según el discurrir del tiempo, convirtiéndose, en polvo. Detrás de esa imponente construcción, late la vida y la muerte, como dijimos, en todos los aspectos del individuo, en cuanto a lo que somos o preferimos ser en algún momento en que no fuimos:

Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río. Sosegadamente miremos su curso y aprendamos que la vida pasa y no tenemos las manos enlazadas, (enlacemos las manos)

Después pensemos, niños adultos, que la vida pasa y no se queda, nada deja y nunca regresa

Va hacia un mar muy lejano, hacia el pie del Hado, más lejos que los dioses. Desenlacemos las manos, porque no vale la pena cansarnos. Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos como el río. Más vale saber pasar silenciosamente y sin grandes desasosiegos.

Sin amores ni odios, ni pasiones que levanten la voz,

Ni envidias que den demasiado movimiento a los ojos, ni cuidados, porque si los tuviera, el río siempre correría, y siempre se dirigiría al mar…

Rubén Darío

Pero, la complejidad del ser no es propiedad absoluta de Pessoa en su viaje mítico, porque está, existe y se mantiene en espíritu Rubén Darío y la composición de una realidad fantástica en cuyo universo particular, queda reflejado ese Yo supremo, amorosamente fragmentado por fuertes aires de añoranza visto, también, en la obra de Juan Ramón Jiménez, de quien tuvo Darío significativa influencia. Muestra de ello: Margarita Debayle, un poema que, como Platero y yo, se convierte en narración, cuento, relato, lo más cercano a lo sublime en torno a una realidad paralela, llena de símbolos, de un romanticismo que se aproxima a lo divino, donde germina la sangre del hombre contemplada en la filosofía del todo y la nada, disuelta en una imagen hecha por espejismos más un sin fin de pertinentes palabras:

Margarita, está linda la mar, y el viento, lleva esencia sutil de azahar, yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento: Margarita, te voy a contar un cuento:

Este era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes,

Un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú,

Y una gentil princesita,

Tan bonita, Margarita,

Tan bonita, como tú,

Una tarde, la princesa vio una estrella aparecer, la princesa era traviesa y la quiso ir a coger, la quería para hacerla decorar un prendedor con un verso y una perla, una pluma y una flor… Fragmento.

Y es allí, también, antes de todo ese idealismo existencial de la realidad, desde los ojos de Darío, encumbrado por métricas, rimas y metáforas, que fue más plena la visión virgen del mundo y de las cosas desde la perspectiva teológica de San Juan de la cruz:

Aunque es de noche:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, Aunque es de noche, Aquella eterna fuente está escondida. Qué bien sé yo donde tiene su manida. Aunque es de noche. En esta noche oscura de esta vida. Qué bien sé yo por fe la fuente fría. Aunque es de noche. Aunque es de noche. Aunque es de noche…. de la rebeldía de Byron, puesta de manifiesto en un existencialismo, diríamos que, pagano (Las peregrinaciones de Childe Harold 1812 al 1818) de Walt Whitman,

Hojas de hierba 1860:

Creo que una hoja de hierba, no es menos, que el día de trabajo de las estrellas, que una hormiga es perfecta, y un grano de arena y el huevo del régulo son igualmente perfectos, y que la rana es una obra maestra (fragmento, Una hoja de hierba) 

Juan Ramón Jiménez.

De César Vallejo (Los heraldos negros 1918) de Eliot (Los hombres huecos) de Pablo Neruda (Residencia en la tierra) de Constantino Kavafis:

Lejos:

Quisiera revivir este recuerdo… pero está extinguido ahora…casi nada subsiste. Yace lejos, en los años de mi temprana mocedad. Una piel como hecha de jazmines… Esa noche de agosto, fue en agosto?-esa noche… Recuerdo apenas lo ojos: eran, creo, azules…. Ah, si: azules, un azul como el zafiro.

Y, de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo:

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, qué no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas…. Lo llamo dulcemente: Platero, y viene a mí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…

Desde luego, en nuestra propia realidad temporal citaremos a un escritor sosegado en apariencia, pero en su cavernosidad personal, se asemeja a esa noción soterrada de la complejidad, donde arde , florece y se halla cada vez más viva,  romántica, vanguardista , alegórica,  taoísta,  trágica  pero, también primigenia, una  poesía que se distancia de lo básico y común, ante el hecho de preservar su esencia: el hombre que nace con la creación bajo la creación, que no se aleja del todo de las teorías místicas convencionales de un libro como la Biblia, que ha sido convenientemente manipulado.

En el año 1979, José Enrique García, obtiene el premio Siboney por el libro “El Fabulador”.

En tanto en él emerge la construcción también exotérica, y poco convencional de una identidad inescrupulosa si se quiere, del hombre enajenado con su propia contemplación.

José Enrique García no se resguarda en el camposanto semántico de una particular visión de la vida, sino que, trasciende a otras instancias más yuxtapuestas, claras y oscuras de la realidad que circunda al hombre desde su género, para denominarlo verso.

Es dueño de su pulso, no se parece a ningún escritor contemporáneo suyo, aunque  toma ciertos ángulos estructurales  de su antecesor: Domingo Moreno Jiménez (1894,1986)  leyéndolo, entendemos, porqué la admiración de García, pues cuánta intensidad, perfección, simpleza, tristeza destilada, particularmente en un poema nefastamente bello como: La  hija reintegrada 1934: Agonía: Hija, yo no sé decirte si la muerte es buena o si la vida es amarga: o te aconsejo que despiertes, adulta de comprensión más que tu padre. Hija, ya no habrá oriente ni poniente para tu porvenir; Una sábana blanca serán tus días, una sábana blanca será tu pasado, y tu recuerdo una estrella que frente a frente me iluminará el porvenir… fragmento.

Volviendo a José Enrique García, su elaboración de un universo, a nivel de superficies, implica:  la arena, los montes, campos, ciudades,   las calles y callejuelas,  ríos, lluvia y tempestades, de la madera que huele a madera, de los barcos que se anclan, del mar solitario e infinito, del cielo con todos sus componentes, de la habitación donde se duerme, de las aves, la gente, es su pulso, aunque guarde pinceladas de otros como César Vallejo, Whitman  y T.S.  Eliot.

Es suya, aquella poesía rota en estructura, impresionista, que sale de su caparazón toráxico y luego fluye desde muy debajo de su piel, para habitar de por siempre en las interioridades del alma. Poema del libro Huellas de la memoria:

 Las gaviotas picotean, blanquean las arenas, dejan huellas de su vuelo en la memoria.

Navegamos. En algún mirar, la ciudadela como la nombran los caminantes, desde allí gobiernan los elementos, y la suerte de hombres y mujeres, dios se vuelve quien la habita y desata guerras, humilla, castiga. Sosuzga, eterniza.

Horror de la imaginación. El primer vástago, hastío de sí mismo, procura a otros para sobrellevar sus horas

Desde entonces la historia desdice a la historia.

Y las gaviotas en vuelo de memoria.

Tiene, José Enrique García, la dicha de poseer su propio color: ¿Por qué su propio color? No hay orden previo o esquema de contenido en sus composiciones, la vida fluye de manera natural, intuitiva, y es en esa concepción retórica, susurrada y a veces platónica de la realidad, fuera de la rigidez sistemática, aunque mantenga hilaridad, que constantemente cambia de luces a sombras la vaga realidad si se observa con cuido aquel tejido herrumbroso del yo individual, trasferido a la colectividad. Tiene la gracia de hacer una poesía donde no vemos, alegóricamente, cómo el sastre confesionista sutura un pantalón sin que salgan los  forros.

Y encontré la lluvia solamente

La lluvia que caía de los tejados

De las hojas

Del tronco de las nubes

Ni un perro callejero

Ni un paraguas llevado de una mano

Ni una persona

Ni una ventana abierta

Sólo la lluvia persistente en su caída

Contemplándome

Contemplándola .., poema del libro (El fabulador)

Hallamos esa autenticidad en él para que, en la historia de la literatura, no sea encasillado como un escritor, netamente, criollo porque, desde mucho antes de hacer poesía, ya había cruzado las fronteras enigmáticas de su inframundo si se relaciona a su alta condición académica, aun saliendo de las serranías de una sencilla comunidad, en Santiago.

Es humilde, modesto e intenso, y como todo ser humano, con ángeles y demonios.  No teme decir de dónde salió y con qué fines llegó a este mundo con sus tantos pecados kármicos puestos de manifiesto en su limpia escritura, lo que lo conecta a sus disímiles creencias, vistas desde un amplio cartel de la espiritualidad oriental y occidental, posturas de las que convirtió en carne y hueso los personajes y cosas puestas en su hacer narrativo, en un decir sin pausas ni balbuceos, ecléctico, salido de su propio suelo:

Pero después de todo qué importan las construcciones, las destrucciones, las ciudades, las palabras, los libros, los metales, las aguas y las plantas. Qué importan estas inconscientes materias si al mundo lo levantó un hombre con sólo sus dos manos y cuando éstas envejezcan endurezcan fatíguense de golpe caerá el reunido y levantado polvo sobre el páramo primario y entonces la quietud el reposo el perpetuo olvido de un hombre y todo crece y decrece y entonces habrá de precisar de otro hombre…. El fabulador.

Arcilla, solo arcilla, es el libro de poemas más reciente de José Enrique García.

Sin embargo, en José Enrique García podemos, misteriosamente, adentrarnos, en toda su obra literaria: novela, cuento, poesía, a una esfera que se mueve de manera gravitacional dentro de una energía ambivalente compuesta por elementos, la que sucumbe a un hoyo negro y se pierde en bajas profundidades.

De ahí, encontramos varias aristas de su narrativa poética que se acuestan en otras atmósferas, más allá de los elementos constitutivos de la modernidad:  La estructura (forma y fondo).  La atemporalidad, la alternancia de situaciones adversas y la presencia de lo ambiguo, que puede permanecer o trasladarse a otros estándares, sin que se altere el orden cronológico no establecido, en tanto oculto en sus simientes, estrofas o párrafos, que pueden estar amparados bajo el código de las sensaciones y fibras orgánicas de todo lo que es materia.

Reclamo de simiente, libro: Arcilla solo arcilla.

Y tú Dios, termíname,

Hazme persona.

Qué importa ya el desdén del otro,

Y en mí, tu obrar encontrará, igual que en otro,

La concreción de tu voluntad,

Y designio.

Termíname y entrégame a la vida,

Ya en mí la conciencia del ser

Tiene raíces,

Desde que pusiste tus manos

Sobre las amorfas arcillas

Aliento da a las deformes materias primigenias

Y mujer siéntome

Suerte o desdicha

Hembra en tus manos e intenciones,

No importa el rechazo

Voy siendo forma entera

(la piel cubre lo que nos avergonzamos)

-Y asqueamos-

Palpito entre miembros

y sangres.

Explícito queda, en estas notas, el trayecto, aunque muy abreviado de estos gigantes poetas con los que inicié este artículo para llegar a mi objetivo. En el caso de Fernando Pessoa, Rubén Darío, San Juan de la cruz y Juan Ramón Jiménez, Kavafis y Domingo Moreno (no menos importantes son los que elegí a modo de mención) nos ayuden a entender la grandeza de un escritor, que en su totalidad, si la tiene, sea capaz, como José Enrique García, de admitir sus errores y de reconocer la valía de otros, escribiéndoles ensayos, antologías que les mantienen vivos.

José Enrique García. Cuentos y novelas también forman parte de su obra literaria.

Parecido al  caso de los poetas citados, quienes, a través del tiempo, se hicieron perennes, gracias a la atención que sus sucesores les pusieron, pues la escritura no es propiedad de un selectivo grupo, sólo que, para llegar a reconocer cuándo hallamos nuestro propio color o pulso, en todo lo que tenga que ver con las artes, partamos de aquellos que tuvieron y tienen suficiente calidad como para que se les otorgue el título de autoridades referentes.

Por lo tanto, ¿Qué habría sido de ellos si a lo largo de la humanidad, ningún mortal los hubiese leído, publicando sus maravillosas creaciones?  Y que, en un momento dado de nuestras vidas, lo tomemos como nuestros grandes artífices, con los que, mientras dure nuestro respirar, estemos sujetos a seguir creciendo hasta llegar a mostrar, en el caso de la singular poesía de José Enrique García, que es un hacedor constante y un referente de la palabra, produciéndola a modo de escritura, con gallardía y honestidad.

Alguien que se aflige, pero que, pocas veces cae con los percances. Que prefiere caminar más allá de las migajas que, generalmente, arroja una humanidad dispuesta a adoptar las señales de un conservadurismo mal interpretado. Humanidad que es mezquina, repugnante y esnobista, incapaz de quitarse el sombrero por completo, ante la grandeza que supone el verdadero talento.

 

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