La mujer en la menopausia: subordinación y crisis existencial

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Arribar a la mediana edad nunca es deshonra si, como mujer, tienes conciencia plena de ello, en el sentido de conocer a fondo tus pisadas y las del otro, sobre todo si vives en un país sin conflictos étnicos-clasista, decía, Nadine Gordimer en su libro Escribir y ser, donde los derechos de cada quien son, hasta cierto punto, valorados y respetados.

En mi opinión particular, complementando a la escritora sudafricana, no digo que no habrán uno u  otros accidentes que siempre se interpondrán con el vivir mismo, dentro de una potencia globalizada, con una considerable explosión cultural, donde, casi siempre, hay que socializar con personas de actitudes adversas y aun con todo eso, tus días serán más llevaderos sin el temor de quedar completamente exhausta, fatigada por el constante cambio de tu nombre particular por el estigma general de seudónimos que nada tienen que ver con lo que, en realidad eres, lo que sucede en países del bajo mundo.

Y del bajo mundo es República Dominicana, con dolor propio y ajeno digo que, si vives aquí, prepárate para los bombardeos discriminativos que te van a relacionar, casi siempre y negativamente, con tu edad, que a los errados ojos de los que te rodean, cincuenta años es una edad decadente, tan decadente como la palabra  “Doña”, usada generalmente en nuestro réquiem popular para descalificarte, humillarte, no señorearte, como se procede con el  mismo término en  países de Europa y algunos de América del sur (Argentina, Chile, Brasil, Uruguay) que es usado protocolarmente con respeto y cortesía.

La mujer con la menopausia debe abrazar su proceso y vivir al máximo.

Sin embargo, en un país como este, de ofertas y demandas, de capitalistas inescrupulosos y políticos que viven a la holgura de sus abultadas fortunas, despilfarrando el dinero que pagamos como contribuyentes impositivos, y echándole en cara al otro la vida de opulencia que llevan, donde la apariencia parece ser el común denominador de todos los de arriba y también, codiciada por los de abajo, con la juventud que todos quieren, a costa de dinero, les sea eterna, sí es la gran cosa tener cuarenta o cincuenta años,  a menos que hayas elegido pegarte un tiro para no ver lo que se te viene encima, o, prepararte para las puñadas, teniendo siempre una sabia respuesta, como dicen los chiriperos criollos: vivir con el cuchillo en la boca.

Y es así de dramático, absurdo, abusivo e intolerante este sentir, que la gente, incluso de tu misma condición temporal, te mira, te observa y analiza, si eres negada a tales encasillamientos, de manera desdeñosa, como si llevaras en la frente “La letra escarlata, 1850” del novelista estadounidense  Nathaniel Hawthorne, que en vez de A (adultera) sea la M, de (menopáusica) y  que te vinculen con un ser de otra galaxia que está, al parecer de los demás, diferenciado en todo lo que tenga que ver con una integral inclusión cognitiva de la actividad mental emocional.

Evidencia de ello: la mujer desde que alcanza los cuarenta años casi no se le te toma en cuenta en el aspecto laboral privado corporativo, a menos que el puesto sea de doméstica, por considerarla pasada de años, con el agravante de que genera más fondos en lo que concierne a un seguro médico. Piensan, estos empleadores, que no saldrías de consultas clínicas porque la salud, a esa edad, va en retroceso, en pocas palabras: no serías una empleada, sino, una carga, lo que deja mucho para pensar en eso que estamos haciendo mal en una nación que trata, a empujones, de salir de su cerco neuronal, el que hace siglos arrastra como si fuere “Peste bubónica”,  corroído por los complejos de inferioridad,  siendo, el ciudadano común, el más inmisericorde y despectivo.

Pero, ¿hasta qué punto, en la índole social, estamos, las mujeres de cincuenta años, marginadas y degradadas por un sistema democrático que se cree en vías de modificar los patrones establecidos en cuanto a la igualdad e insubordinación de género?

Un sublime rechazo de la sociedad en aspectos laborales les sumerge en un gran desconcierto.

La respuesta se halla intrínseca en las conquistas que a la mujer se le ha hecho difícil de alcanzar desde el momento mismo en que la divinidad le concediera el género “F” y maternalmente nos enseñaran que el hombre es de la calle y nosotras de la casa. Así de simple, desde que  tuvo que luchar por el derecho al voto (1932),  en Europa y Estados Unidos (1920), Latinoamérica (1927) y luego lo que se denominó como “La  revolución industrial”, en vías de querer similar trato en las zonas francas, sin que se les acose sexualmente, para después, las intelectualmente preparadas, obtener un puesto en la política, la ciencia, las artes y en todos los órdenes que incentiven a la evolución del ser humano en nuestro planeta, si todo eso, que desde pequeñas nos lo hemos aprendido al pie de la letra, ha dependido de una lucha desigual, para que veamos ciertos logros, cómo debe de ser la lucha de una mujer del siglo XXI, que a los cincuenta años le quieran desmembrar sus anhelos de alcanzar el éxito, si fuere ese su deseo, tan solo por ser menopáusica,  o pre-menopáusica que es lo mismo que dijeran,  “vieja cuarentona, cincuentona, sesentona” y todos sus etcéteras, como si sus ciclos de vitalidad llegaran hasta ahí, en la promulgación de un inminente derrumbe, semejante a un desahucio.

Tratamos de tener respuestas más precisas en cuanto a este fenómeno del irrespeto femenino ante una mujer en edad de la menopausia, sin embargo, lo que el sistema gubernamental predica es opuesto a la realidad en hechos, distanciándose del problema con nombramientos insignificantes de mujeres maduras en el sector público.

Asumir el proceso natural y vivir a plenitud tu segunda juventud más consciente de lo que realmente quiere.

Y la realidad de una mujer en esta condición natural, si no cuenta con los recursos necesarios para sobrevivir, llámese microempresaria o emprendedora de una macroeconomía, o simplemente ama de casa sin estudios académicos, pero con alguna herencia familiar, lo más probable es que a esa mujer le toque el destierro social, todavía más agudo que al hombre, que tarde o temprano, se sumará a una condición de depresión particular en todo lo que abarque la moral e integridad de esa ciudadana.

Ese mismo destierro comienza con el esposo o pareja que apenas la ve atractiva, con los hijos crecidos, muchos de ellos con bebés pequeños, que ven en la figura de la madre a una potencial abuela cuidadora. Evidentemente que, de darse esos factores, dependerá o no del cómo fuiste educada y con qué patrones te realizaste como mujer, madre y esposa, si lo eres o lo fuiste. Y cuál es tu posición ante esos roles para que no te caiga el “20” y tener la suficiente inteligencia emocional como para manejar a la colectividad que desde antaño camina, habla y respira bajo los efectos de una miopía colateral.

Pese a las molestias orgánicas que el estado de la menopausia le ofrende a cada mujer, según su oportuna edad, asociado a los malestares estomacales, los sudores nocturnos, a veces con insomnio, sofocones, la irritabilidad que en momentos la asalta, a pesar de eso, nunca hemos depuesto a la luchadora que, por dentro, llevamos, que es coqueta,  cuida su alimentación y hace ejercicios, la que se siente bella sin siquiera acudir a cirugías estéticas, y las que, también, lo  han hecho a conciencia, deben de ser aplaudidas, no subordinadas tan solo al rol de lo que se supone deben de hacer  las abuelitas, sin que tengamos nada personal en contra de quienes lo son.  Y que, con espíritu revolucionario se levante esa mujer de hermosas canas, y todas las mañanas, pararse frente a un espejo y decir, como para sus adentros, tengo cincuenta años, mi mundo, el mundo que es de todos, con iguales oportunidades y derechos, dejando de lado el sello subjetivo que nos otorga esta sociedad de ser de “alta edad” no es cierto, no, que concluya por eso.

 

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