Fragmento del libro: «Nani y otros relatos».

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Esa tarde llovía. El viento se acurrucaba entre las ramas de dos árboles que parecían mover sus cabezas con cierta melancolía. Del cielo negruzco el agua caía, formaba gruesos gargajos en el pavimento y se disolvían detonando, figurativamente, zumbidos. Pude comparar el ruido de la lluvia con el crepitar de un enjambre de abejas cuando busca acampar en algún tronco vacío para construir su panal y, sin razón alguna, continúan suspendidas en el aire, entre el tronco y la nada, moviéndose ligeramente. Y como las abejas, aquel golpe de lluvia se acicalaba chispeante sobre la moña rosácea de una joven trinitaria, que apenas se desojaba en una esquina de la calle Las Damas de la Zona Colonial aquel sábado.

Según su ritmo, la lluvia cobraba densidad y perturbaba a dos, tres y ahora a cuatro transeúntes en ese perímetro de calle, un tanto angustiados al no querer mojarse. Detrás del cristal frontal del carro, que conducía, también vimos a una pareja de enamorados parcialmente camuflados por un enorme paraguas. Se besaban de manera apasionada y desenfadada en el umbral de una vieja iglesia, que había echado raíces en una calle diagonal que se interceptaba con otra.

La escena del beso provocó una risa un tanto estúpida, prolongada, entre mi hermano y yo, lo que me hizo echar un vistazo al pasado cuando, con alguna acción extravagante suya, casi siempre terminaba cubriéndole la espalda.  Aunque en ese instante se hallaba en el estado más crítico de su mal formada salud, ya que íbamos a una emergencia hospitalaria, en algún lugar de su mejor tiempo fue también humano: amó, olvidó, odió y perdonó. No fue necesario hablar en aquel instante fugaz, ya que, pese a su respiración turbulenta, sus ojos estaban contentos desde el asiento trasero. Delataban emoción.  Había una conexión con la pareja que, desde afuera, expresaba pasión.  Estaba claro que renacía entre ambos, momentáneamente, la complicidad.  Compartíamos, tal vez, la última experiencia juntos, si se podría llamar así, como cuando éramos niños.

A mi Alberto.
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